Y aunque algunos críticos han calificado el trabajo de Twombly como simples “rayones”, esta obra en particular llegó a venderse en una subasta por la exorbitante cantidad de 70 millones de dólares.
La obra sin título recuerda a ejercicios de caligrafía realizados en gis o tiza sobre un pizarrón pero está realizada en cera blanca sobre óleo. Esta marcó el final de una serie de Twombly inspirada por el tiempo en el que se desempeñó como criptógrafo en el Pentágono de Estados Unidos, pero también por la vida dentro de las aulas.
Quizá aun más interesante que el trasfondo militar de la obra es la técnica que usó, con la ayuda de un amigo suyo, para realizarla. Cy Twombly se sentó sobre los hombros de su compañero, mientras este caminaba de un lado al otro. De esa manera logró los trazos más fluidos: él no controlaba la velocidad de su cuerpo, pero sí la de aquello que plasmaba en el lienzo.
“Simples garabatos”
La obra de Cy Twombly no estuvo exenta de controversia: mientras que algunos veían en este arte abstracto referencias a la escritura y el lenguaje, otros señalaban que no era más que un timo. Como recoge el historiador de arte Kirk Varnedoe, los más duros críticos del artista veían su obra de arte como “rayones” sin ningún mérito y afirmaban que “un niño podría hacer eso”. No obstante, Varnedoe salió en su defensa:
“Podría decirse que cualquier niño podría hacer una ilustración como las de Twombly, solo en el sentido de que cualquier tonto con un martillo podría fragmentar esculturas como lo hizo Rodin, o que cualquier pintor de casas podría salpicar pintura tan bien como lo hizo Pollock”, escribió el historiador en 1994. Jackson Pollock fue otro de los grandes artistas cuya obra fue criticada por ser solamente “salpicaduras” de pintura en un lienzo, pero para Varnedoe no era así:
“En ninguno de esos casos sería verdad. En cada caso el arte radica no tanto en la delicadeza de la marca individual, sino en la orquestación de una serie sin codificar de reglas personales sobre dónde actuar y dónde no, qué tan lejos avanzar y dónde detenerse, de manera que el caos aparente define una especie de orden híbrido y, en cambio, ilumina un complejo sentido de experiencia humana que no había sido articulado en el arte previamente”.
70 millones de dólares
Fue quizá esa delicadeza que describe Kirk Varnedoe la que llevó a la obra “pizarrón” de Cy Twombly a venderse por una cantidad millonaria, varias décadas después de su realización. En 1990, la filántropa Audrey Irmas la compró por 3.85 millones de dólares en una audiencia de Christie’s en Nueva York, pero más tarde la cantidad se multiplicaría en la casa de subastas.
En 2015, cuatro años después del fallecimiento de Cy Twombly y 25 años después de su adquisición, la emblemática obra se convirtió en una de las más caras del mundo: aunque estaba valuada en 60 millones de dólares, Audrey Irmas la vendió por poco más de 70 millones de dólares a un comprador anónimo. Las ganancias fueron directamente a la fundación de Irmas, Audrey Irmas Foundation for Social Justice, en Los Angeles.